martes, 22 de febrero de 2011

Oro y barro en Punta del Este

No sé qué ponerme. Dentro de cuatro días es la Fiesta de Blanco del agente de modelos Pancho Dotto y no sé qué ponerme. Tiene que ser una prenda blanca, eso sí. Pero el vestuario no puede ser totalmente blanco porque la Fiesta de Blanco es, para ser exactos, la Fiesta de Blanco “con naranja” lo que significa que hay que buscar también un detalle naranja que debe ser eso: un detalle. No hay que ir, por ejemplo, con un vestido naranja y una flor blanca sino al revés: el vestido debe ser blanco y la flor naranja y si no es una flor puede ser un broche, una pulsera, unos zapatos. Tengo un vestido blanco; una amiga puede prestarme unos zapatos blancos. Pero naranja no: naranja nada. El año pasado tiré mis zapatos naranjas, qué estúpida. ¿Alguien tiene algo naranja? Dentro de cuatro días es la fiesta de blanco con naranja.

En Punta del Este podés pasar tardes enteras pensando en esto. Voy a pasar tardes enteras pensando en esto. Punta del Este es, al fin y al cabo, esa clase de lugares donde una prenda de vestir define demasiadas cosas. Un atuendo correcto puede lanzarte a la vidriera de la revista Gente –la publicación que marca el pulso de la temporada- y en esa vidriera un empresario de medios puede verte y recordar que existís y ofrecerte algún trabajo. Pero un vestuario equivocado se paga con la extradición virtual. Podés seguir en Punta del Este, pero el mundo de la beautiful people –así se llaman a sí mismos- nunca más se acordará de vos.

—Ya vas a ver –me dijo Adriana Lorusso, editora de Tendencias de Noticias, la revista de interés general más influyente de Argentina-: apenas subas al avión o al Buquebús vas a ver que todas tienen las Louis Vouitton o las Birkin de Hermès y vos te vas a abrazar a tu cartera de dos pesos y te vas a sentir una infeliz.

Adriana tenía razón. Son las once de la mañana de un sábado, acabo de llegar a Punta del Este –al sudeste de Uruguay, en el departamento de Maldonado- y ya me sentí fuera de foco por lo menos tres veces. En primer lugar, tengo una cartera que remite a un solo concepto: “cartera”. En segundo lugar, no tengo Blackberry y ése es un problema en un territorio donde la mitad de la gente te pregunta el PIN antes que el nombre. Y en tercer lugar, soy la única persona pálida en todo el aeropuerto: los turistas llegan a Punta del Este ya bronceados; nadie se atreve al suicidio social que significa aparecer en bikini y con la carne blanca en estas tierras.

—Las mujeres están al menos dos horas arreglándose antes de ir a la playa, se peinan y se maquillan como si fueran a una fiesta –dice Donato Diéguez, el fotógrafo de este artículo. Donato está en la zona desde fines de diciembre y en todo este tiempo se dedicó a dos cosas: buscar celebridades en la arena y buscar celebridades en el aeropuerto de Laguna del Sauce. Ya lo viene haciendo desde temporadas anteriores y siempre tuvo con qué entretenerse. La lista de estrellas que vinieron a Punta del Este en la última década es larga, pero podría resumirse así: los premios Oscar, el festival de Cannes, los MTV Latinos, el Fashion Week de Milán y todos los países que aún tienen un rey sentado en algún lado pasaron por este balneario.

—Pero este año fue un exceso –dice Donato-. Debería haberme traído un colchón al aeropuerto.

Entre el 24 de diciembre de 2010 y el 12 de enero de 2011 pasaron por Punta del Este Ron Woods, Gisele Bündchen, Julio Bocca, Diego Maradona, Susana Giménez, Pampita Ardohain, Benjamín Vicuña, Diego Torres, Pierre Casiraghi (el hijo de Carolina de Mónaco), la familia Cipriani, Adolfo Cambiaso, Marcelo Tinelli, los dueños de la Argentina (Amalia Lacroze de Fortabat, Gregorio Pérez Companc, etcétera), los dueños de Brasil (todo el clan Safra), Charly García, Valeria Mazza, Juana Viale, Gonzalo Valenzuela y el doble de Luis Miguel, que es igualito y últimamente trabaja más que Luis Miguel.

Yo

—Esta semana estuve almorzando en La Caracola con Pierre Casiraghi –dice Alfredo Etchegaray, el relacionista público más conocido de Punta del Este-. Ahí estaban Laith Pharaon y Marcelo Tinelli y Valeria Mazza y estaban los fotógrafos a un kilómetro de distancia, ¡qué gracioso! ¿Sacaron algo? Era una fiesta hippie, temática, y yo fui con el signo de la paz en la frente.

Etchegaray tiene 55 años, dice haber hecho seis mil fiestas en las últimas tres décadas y es uno de los responsables de que Punta del Este haya estallado como polo glamoroso en 1980. En realidad, la historia del balneario empezó mucho antes, en 1950, cuando el empresario argentino Mauricio Lidman vio en Punta del Este una oportunidad inmobiliaria, compró tierras, levantó edificios y luego llevó contingentes de periodistas brasileños y argentinos para promover sus negocios. En ese entonces ya había eventos y festivales internacionales, pero todo se multiplicó hasta el infinito cuando en 1980 la Argentina se metió de lleno en un absurdo período de bonanza económica: la llegada al país de capitales especulativos –alentados por Alfredo Martínez de Hoz, el Ministro de Economía de la dictadura militar- hizo que el país entrara en una burbuja financiera que estallaría brutalmente años después, pero que en ese momento creó una certeza de abundancia.

Los argentinos se movían por el mundo con la frase “deme dos” y con ese espíritu llegaron a Punta del Este y empezaron a comprar todo.

Los recibía Alfredo Etchegaray.

—A los periodistas argentinos les conseguía hotel, comidas y autos a canje. Yo hacía prensa de empresas y, como eran tantos los favores que les hacía a los medios, luego los medios me publicaban lo que yo necesitaba sobre la empresa que yo quería.

La historia de Etchegaray marca el pulso de una ciudad que hoy es entendida como la Saint Tropez de América Latina. Aquí viven en forma permanente 7.300 personas que tienen poco que ver con el bullicio, la ostentación y el jet set, pero llegan anualmente 500 mil turistas de todo el mundo que en apenas dos meses –pero sobre todo en la primera quincena de enero- echan por tierra toda discreción. Son ellos –y no los residentes uruguayos- los que instalan el código social en Punta del Este: aquí no hay amistades sino contactos, y las fiestas y reuniones son mercados donde se trocan favores y se construye el status.

Etchegaray sabe moverse en ese fango y eso, en esta zona, tiene la categoría de arte. La entrevista se pautó en el Puerto de Punta del Este –mar traslúcido, yates blancos, veinteañeros jugueteando con sus motos de agua- y allí Etchegaray dio su primer golpe de impacto: llegó en ojotas, sombrero panamá y malla naranja incandescente, y nos invitó a hacer la entrevista en su lancha.

Desde entonces no paró de hablar.

—Soy el símbolo de todas las fiestas desde 1980 a esta parte. Yo les vendí el concepto de fiesta grecorromana a los Scarpa y al príncipe Rodrigo D’Arenberg, y recibí a Pelé durante cuatro temporadas y jugué con él al paddle y él siempre tenía debilidad por las chicas guapas, y estuve con Julio Iglesias padre y abuelo y ahora conozco a sus nietos y a su hermano, Carlos, que invierte tanto en Punta del Este, y fui el creador de la fiesta de la revista Gente porque hablé con el director, Jorge Luján Gutiérrez, y le dije “te hago una fiesta por canje y no te sale nada” y entonces pedí Casapueblo prestada y conseguí el Fond de Cave, el vino, el whisky y un tiburón gigante que trajimos de Rocha para hacer las fotos. ¿Quién consiguió los primeros vestidos de canje y las joyas de canje de Mirtha Legrand?

Él.

-Yo. A Vinila von Bismark le conseguí el vestido con que vino a casa y a Valeria Mazza le llenamos toda su heladera como se la llenamos varias veces a Pancho Dotto, y a Antonio Banderas le conseguí una campera de cuero de Chiche Farrace y a Guy La Liberté, el propietario de Circ du Soleil, que vino en avión propio, conseguí que le cerraran una discoteca porque traía su propio cocinero y su propio DJ y llenaba la disco de don Perignon y venía acompañado de modelos y matrimonios amigos y se sabía cuándo empezaba la noche pero no se sabía qué día terminaba. También me ocupé de atender a Sting, que fue sumamente educado y culto y me tocó el timbre a las nueve de la noche y yo tenía más de cuarenta bebidas diferentes: vinos, ron, vodka, cerveza, whisky, champagne, vermú, y Sting pidió Campari con agua, ¡Campari con agua! Salimos rápido a conseguir Campari con agua y mi madre le enseñó a bailar el tango y Sting se quedó tocando el piano hasta las tres de la mañana, qué placer.

Etchegaray se detiene, respira. Toma conciencia de las coordenadas de tiempo y espacio.

—¿Quieren agua, gaseosa, cerveza, papas fritas? Pidan lo que quieran y lo subimos a la lancha, ya van a ver la lancha, también me ocupé de atender a Antonio Banderas y Melanie Griffith, que los sacamos a navegar como a vos, los llevamos a la Isla de Lobos y jugamos al fútbol en la playa y le conseguí a Banderas un terreno gratis en Punta del Diablo pero Melanie no quiso. “No, Antonio, not another house” le dijo, Melanie siempre se quejaba de todo, ¿les gusta la lancha?

—Sí.

—Es la misma que usaba Scioli cuando tuvo el accidente, yo no sabía lo que compraba hasta que la compré y mis amigos me dijeron: te compraste la lancha más rápida del puerto…

Y a partir de entonces nada más importa. Scioli es Daniel Scioli: actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, habitual visitante de Punta del Este, ex campeón mundial de motonáutica y hombre que pagó caro los excesos de velocidad: en 1989, un accidente con su lancha le arrancó un brazo. La lancha de Scioli es igualita a la de Alfredo Etchegaray y tiene la cualidad de ser ultraliviana: su poco peso le permite ir a 130 kilómetros por hora –mientras que el resto va a 60- y la vuelve extremadamente sensible a cualquier golpe.
Un tropezón y esta criatura se va al infierno.

—Agárrense, ¡qué divertido! –dice Etchegaray en algún momento y lo que sigue es el motor rugiente, el cachetazo del viento, el agua que se parte al medio y la lancha corcoveando como un tiburón salido del encierro. Me tomo la cabeza para no desnucarme. Etchegaray sonríe –el viento le flamea los labios- y toca dos botones con el nervio de un niño que juega a la Playstation. Donato gira, me mira, cruza los dedos, lleva la mirada al suelo.

—Estaba contando cuántos salvavidas teníamos –dirá luego.

En cinco minutos, Etchegaray hace el circuito que un catamarán turístico hace en media hora. Estamos, ya, en Isla Gorriti.

—El mundo tiene 5 mil años de los que vivimos 80, con suerte –dice Etchegaray-. La mitad la pasamos durmiendo. Lo que queda lo quiero aprovechar.

Te veo

Desde el agua calma, traslúcida, verde, puede verse parte de Punta del Este: un territorio inflado de edificios que balconean sobre la Ruta 10 y que arman la topografía del boom inmobiliario. La euforia inversionista ha hecho que hoy no existan en la zona pisos por menos de 3 mil dólares el metro cuadrado, un fenómeno que Etchegaray -quien además fue candidato a alcalde de Punta del Este por el Frente Amplio- explica así:

—Los extranjeros vienen, ven que tienen coincidencias culturales con la población, que la gente es amable, que hay diversidad de naturaleza, espacio, porque vos vas a Marbella y es bonito pero es un hormiguero; ven que hay estética, lindas casas, linda gente, se hacen amigos y en algún momento dicen pero qué bonito, qué rica carne, qué rico se come y este vino me encanta y qué simpático ese matrimonio, ¿y cuánto cuesta la finca de al láo? ¿Nada más? Averíguame que la quiero comprar.

Y todo se va poblando.

El último informe de la Dirección de Turismo de Maldonado dice que sólo entre marzo de 2009 y febrero de 2010 hubo operaciones por 937 millones de dólares. El resultado de esas transacciones puede verse, en buena medida, sobre la Ruta 10: una larga pasarela de edificios soberbios, vidriados y en muchos casos vacíos.

—Punta del Este es como una caja de ahorros: la gente viene acá a poner su dinero, pero la mayoría de los apartamentos está desocupada –dice Facundo, el chofer del taxi que me lleva del puerto a La Boyita, cerca de José Ignacio, la zona más exclusiva de Maldonado. A un lado de la ruta está el mar y al otro lado están las construcciones. Cuando están habitadas es fácil saberlo. Las paredes blancas, los sillones blancos, la gente conversando: todo asoma por los ventanales.

O casi todo. No se ve la mansión que tiene Marcelo Tinelli en José Ignacio. Tampoco se ve la de Martin Amis ni la de Shakira -con laguna y estudio de grabación incluidos- ni la de Mirta Legrand, ni la de Pancho Dotto (faltan dos días y aún no sé qué ponerme). Lo único que llega al ojo público son las imágenes que los paparazzis logran robar: Juana Viale besándose y abrazándose con Gonzalo Valenzuela, Marcelo Tinelli andando en moto con sus hijas, Zulemita Menem asomada a un balcón y respirando el salitre de la playa.

—Todas fotos arregladas –dice Donato Diéguez-. Vos vas, le decís al famoso que querés unas fotos, y él dice que no va a darte fotos oficiales pero que te permite que les saques unas mientras él hace como que no se entera.

Con Tinelli –un hombre que resume todo el poder de la televisión en Argentina- incluso hay un ritual que se lleva a cabo desde hace años: Tinelli llega, los medios le hacen las fotos en el aeropuerto, y después se quedan esperando que trascienda la fecha del partido de fútbol que todos los eneros el empresario hace con sus amigos famosos en su chacra de José Ignacio. A la hora señalada los fotógrafos inician su diáspora de kilómetro y medio por la playa (las distancias no pueden ser más cortas, pues en José Ignacio las mansiones son linderas unas con otras y no hay calles que las separen entre sí) y una vez que llegan a la playa de Tinelli encuentran un seto que bordea la chacra. En ese seto hay, siempre, un orificio intencional. Por ese agujero, como si fueran ratas, van entrando y saliendo diez, quince reporteros gráficos.

—Llegamos hasta el borde de la cancha, sacamos diez minutos de fotos y luego nos volvemos a ir.

—¿Pero alguien los saluda, le ofrece agua, algo?

—Nada. Es como si no existiéramos. La única vez en la que los periodistas podemos entrar a la casa de Tinelli por la puerta de adelante es cuando hace el clásico partido con periodistas. Ahí te ofrecen algo de tomar y hacen como que existís.

—¿Y cómo se sabe cuando una foto no es arreglada?

—Porque causa escándalo. La de Tinelli este verano, besándose con una empleada de su productora, no fue arreglada. Y así estamos.

Luego de esa foto, Tinelli suspendió el partido con periodistas y se fue a Buenos Aires. Pero hay respuestas más elocuentes que esa. En enero de 2007 Charly García le rompió la nariz a un fotógrafo que tomó imágenes suyas en el Buddah Bar, y un año antes la modelo argentina Nicole Neumann inició acciones legales contra la revista Gente por haber publicado una foto suya semidesnuda, en la arena y activamente acompañada.

—Si venís a Punta del Este sabés que te van a buscar y a encontrar –se defiende Fabian Uset, el fotógrafo que en ese entonces tomó la foto de Neumann para la revista Gente-. Nicole estaba en una playa desierta, pero dejó el coche al lado de la ruta. Los paparazzis no entramos en el juego histérico del famoso que dice “quiero salir pero no”: si me dejás el coche a la vista, me voy a un médano, me paso el día enterrado como una basura y no me voy hasta que te saco.

Para algunas celebridades, esa persistencia es exasperante.

—Estoy harta –le dijo Valeria Mazza, años atrás, a una periodista de Espectáculos-. Si estoy en la playa y quiero rascarme el culo o meterme el dedo en la nariz tengo que caminar hasta mi casa y hacerlo ahí, porque los tipos están esperando para escracharme. No entienden que por una mala foto yo puedo perder trabajo.

Pureza

A esta altura Valeria Mazza podría perder trabajo y seguiría siendo una mujer de buena fortuna. Su mayor apuesta hoy está lejos de las pasarelas: la modelo es inversionista y es el rostro visible de Selenza, un multimillonario emprendimiento hotelero que tiene preocupados a los vecinos de la zona. Selenza promete instalaciones cinco estrellas, pero no ha cumplido con los requisitos básicos de la convivencia ciudadana. No se hizo un estudio de impacto ambiental de la obra, los edificios superan la altura históricamente permitida en el área –siete metros- y todo está cubierto por el manto de una legalidad hecha a medida: meses antes del inicio de la construcción, el municipio modificó una ordenanza para fueran lícitos los edificios de nueve metros de altura “en el caso de que éstos se encuentren sobre la Ruta 10 a la altura de Manantiales”.

El proyecto Selenza está sobre la Ruta 10 a la altura de Manantiales. Quien pase por allí verá lo único que puede verse hasta el momento: una inmensa gigantografía con fondo de colores verdes, con un croquis del proyecto y con la cara rubia de Valeria Mazza diciendo, sin necesidad de decirlo, que esto es un proyecto para muy, pero muy poca gente.

El lujo esteño es una inmensa industria que purifica aguas sucias. Aquí viene a hacer sus edificios y sus fiestas el multimillonario saudí Laith Pharaon, hijo de Gaith Pharaon, denunciado por tráfico de armas y lavado de dinero. Aquí hizo el “desfile del año” –como todos los eneros- el estilista Roberto Giordano, quien este 2011 llegó a Punta del Este con su empresa quebrada, con un embargo por varios millones de dólares y con muy poco crédito entre los uruguayos: ni siquiera los taxistas han querido hacerle viajes porque saben que nunca paga.

Aquí –en el verano de 2007- Marcelo Tinelli se paseó con su camioneta Hummer de más de 100 mil dólares, días antes de que fuera confiscada por haber sido comprada con franquicia diplomática –Tinelli dice que no estaba al tanto. Y aquí fue preso en enero de 2008 Gaby Álvarez, el mayor relacionista público argentino, esa clase de personas que sólo visten de blanco (escribo “blanco” y recuerdo la Fiesta de Blanco: falta un día y todavía no resuelvo el naranja) vinculado con estrellas como Gustavo Cerati y Charly García. Álvarez fue a la cárcel tras haber chocado y matado a dos turistas en la ruta. Y aunque su abogado pidió que lo llevaran a “una cárcel VIP” terminó en la prisión de Las Rosas: un penal superpoblado donde Álvarez pagó fortunas para que los presos no lo transformaran en una mascota humana.

Pero en Las Rosas, a diferencia de Punta del Este, el dinero no lo soluciona todo. No queda claro cómo la pasó Gaby Álvarez en su encierro. Lo que sí se sabe es que el espacio que Álvarez perdió en Las Rosas lo ganó el relacionista Wally Diamante en Punta del Este. Wally Diamante es un hombre de 36 años que, salvo por su nombre, hizo de la sobriedad un elemento de marketing: Wally está siempre en sus cabales, Wally no está rapado –usa unos gráciles rulos sobre la frente-, Wally no viste todo el tiempo de blanco, Wally no atropelló a nadie y Wally no habla con el cuerpo sino, simplemente, con la boca.

—Frente a Gaby que era la droga y el reviente viene Wally que habla de paz interior. Un buen negocio –sintetiza Daniel Beever, periodista experto en Punta del Este y cubridor de temporadas desde hace años.
Vamos con Beever en auto en dirección a la playa de La Barra, por una calle que se llama Los Suspiros. En La Barra –el balneario de moda en Punta del Este- todas las calles tienen nombres como “los suspiros”, “las brisas” o “las sirenas”, pero por afuera de los nombres todo lo demás es nervio. Son las nueve de la noche y los Canaro, los Minicoopers, los Smart, las camionetas Hummer, los BMW, los Mercedes y los Audi circulan a paso de hombre y cubren las calles con un relumbre distante: la solemnidad del dinero.

En todas las cuadras hay algún restaurante con decoración rústica, algún buda, alguna mujer de piernas muy largas y algún atelier con obras de arte. Pero Beever, que lleva acá demasiado tiempo, ya no ve la diferencia y dice que todo es una misma cosa y que esa cosa se llama “negocio de último momento”.

Dentro del negocio cada tanto se abren grietas, ramalazos de humanidad que le devuelven a Punta del Este la condición de ciudad real. El año pasado esa intervención humana estuvo a cargo de la modelo Pampita, quien se agarró a trompadas con la actriz argentina Isabel Macedo en Tequila, un boliche VIP de La Barra. Pampita tenía motivos: en el nombre de la ficción, Macedo había pasado el año entero besuqueando a Benjamín Vicuña –ambos eran pareja en la telenovela Don Juan y su bella dama, aunque también había rumores múltiples- y Pampita decidió zanjar las discusiones filosóficas sobre ficción y realidad a golpes.

—La Barra es una gran familia –dice Beever-. Cojen todos con todos y después se cruzan por la calle y se saludan o se pegan, depende de cómo hayan quedado las cosas.

—La Barra es magnífica –dijo Etchegaray días atrás-. Para la prensa internacional, además de las guerras, ¿qué otra cosa produce enormes cantidades de comunicación sin costo? El romance. Fijate el caso extremo de Lewinsky y Clinton: trillones de dólares en comunicación. Si eso hubiera sucedido en La Barra, Punta del Este explotaba.

En La Barra tienen sus chacras los ricos y famosos que aún no se fueron a vivir José Ignacio; y se hacen también las grandes fiestas: las de marcas de alta gama como Chandon o Lacoste, y la de personajes como Laith Pharaon, quien transformó sus romerías –inicialmente privadas pero gratuitas- en un monstruoso negocio. Hoy el ingreso a su chacra de 180 hectáreas parte de los mil dólares. Pero hay quienes han pagado hasta diez mil por una pulsera de plástico –tal es la entrada a la fiesta- que los transforme mágicamente en eso que el jet set ha llamado beautiful people.

—¿Y la Fiesta de Blanco “con naranja”? –pregunto: nadie menciona en su lista de grandes eventos la Fiesta de Blanco “con naranja”.

—Con todo cariño, mi amor, la Fiesta de Blanco YA FUE –subraya Beever con impostada piedad-. La gente va de blanco por… bueno, es un último gesto de solidaridad con Dotto.

“Solidaridad” dice Beever. Que, en este contexto, es lo mismo que decir “malicia”.

Mientras conduce lentamente, coronado de Canaros y camionetas bestiales, Beever explica en tono pedagógico que en Punta del Este las cosas y la gente linda pasan de moda cada vez más rápido.

—¿Entendiste corazón?

Lo que produce –en quien no está entrenado- un profundo cansancio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

que manera de escribir pavadas!!!
Hay que informarse mejor si vas a dar nombres!!
Si queres el anio que viene te invito a si ves lo que esta bueno y das una opinion mas real!!

Li dijo...

Bueno, Anónimo, en plan de decir "lo que hay que hacer", convendría que empieces a firmar tus posteos. ¡Sobre todo si pensás invitarme a Punta del Este el año que viene! ¡Me encantaría conocer a mi mecenas!