martes, 22 de febrero de 2011

El fabricante de bellezas

Sonríe: siempre sonríe. Está de pie sobre una pasarela blanca en una playa de José Ignacio –la zona más exclusiva de Punta del Este- y sonríe mientras repite una y mil veces el mismo chiste.
—Miren a Julita Rohden, no es linda pero es simpática.
— Ivana Saccani, recién llegada del exterior, muy fea, muy fea, pero muy simpática.
—Con ustedes Liz Solari, es fea pero les aseguro que es simpática.
Julia, Ivana y Liz también sonríen y caminan, y entre ellas van circulando las otras chicas: nínfulas de pelo largo, dientes níveos, traseros de fruta; criaturas con piernas como largas calles hacia el cielo. Pancho Dotto las mira satisfecho y sigue con sus chistes, que la mitad de las veces encierran un aviso comercial.
—Gracias Honda por tanta ayuda, viva Honda, gracias Honda por tu onda sin hache, ¡un aplauso para Honda!
Y el público aplaude.
Dotto parece en la gloria. El sol está menguando y todo lo demás es agua, arena y un kilómetro de autos aparcados a la vera del camino. Entre la gente hay amigos –dueños de empresas, directores de revistas- pero también hay turistas que han venido a ver de cerca una máquina que para muchos es perfecta. Desde hace veintiséis años, Pancho Dotto es el director de la mayor agencia de modelos de América del Sur. Es él quien lanzó al mercado internacional a figuras como Carolina Pampita Ardohain y Valeria Mazza. Y es él quien generó, por sobre todas las cosas, su propio mito: Dotto, a ojos de su público, vive rodeado de mujeres de inaudita belleza y encima hace dinero con eso y encima, cuando quiere, se pone de novio con alguna de ellas con la naturalidad con que un almacenero mete la mano en el frasco de dulces.
—Todos ven que tengo chicas, tuve novias, tengo autos. Pero eso una fantasía: vivo enajenado. Vivo a través de la vida de ellas. Y no sé si eso es bueno –dirá luego.
Pero ahora sonríe: otra vez sonríe. Han pasado dos horas, el desfile está acabando y Dotto dice una de sus frases recurrentes:
—Las adoro, las adoro a todas.
Luego se despide, baja de la pasarela y se mete en una carpa blanca. El sol ya bajó y el encuentro termina con fuegos artificiales: el cielo se llena de estrellas falsas y todo el mundo aplaude, grita, agradece.
Pero Pancho Dotto no. Pancho Dotto no ve nada. Pancho Dotto sólo se dedica a hablar por teléfono.
A preguntar, a través de la línea:
—¿Mamá?

*


Pancho estaba en la playa. Tenía cinco años y estaba con sus dos hermanos, Mario y Mónica, algo más grandes que él. La playa era un páramo seco y helado al que habían llegado tras haber pasado por tantos otros lados. Mario Ramón Dotto, el padre, trabajaba en prefectura y la familia siempre había tenido que vivir al lado del río y del mar. Primero se habían establecido en Paraná, provincia de Entre Ríos, mesopotamia argentina. Luego en Bahía Blanca, ciudad costera al sur de Buenos Aires. Y finalmente en Rawson, capital de Chubut: la Patagonia.
A Pancho, Mario y Mónica les gustaba jugar a armar casas. Habían hecho una de cartón en Paraná, otra sobre un árbol en Bahía Blanca, y en Rawson estaban haciendo una en la playa. Los padres dormían la siesta, el viento del Sur soplaba fuerte y los hermanos armaron un tinglado atrás de un médano. Adentro, de pie, cabían los tres: eso era suficiente para estar contentos, aunque hacía mucho frío.
Afuera de la casa llenaron un tacho con maderas secas y encendieron un fuego.
—Pancho –ordenó Mario, el mayor de todos, hoy general de brigada- andá al cuartito de herramientas a buscar kerosene.
Pancho siempre quería agradar a todo el mundo así que fue, sin quejarse, en el medio de los zamarreos del viento, y regresó con una lata, sí, llena de kerosene.
—Pero tropezó –recuerda Mónica Dotto, cincuenta años después-. Tropezó con tanta mala suerte que se cayó sobre el tacho con maderas y se prendió fuego.
Mónica empezó a tirarle agua pero el fuego no se iba. El niño se estaba incendiando. Mario lo empujó, lo tiró al suelo, lo llenó de arena y Pancho, que se iba apagando, quedó tendido de costado, con los zapatos derretidos, temblando de frío y llorando.
Sus padres seguían durmiendo y así pasarían el rato siguiente: durmiendo. Hasta que Pancho fue a la casa y abrió la puerta con sigilo.
—Mamá, mamita –susurró-. Mamita, sabés qué: no te quiero despertar pero yo aguantaba y aguantaba hasta que no aguanté más.
Pancho se largó a llorar. La madre, Teresa Melinger, estiró el brazo, tocó a su hijo en la penumbra y sintió el cabello mojado.
—¿Qué pasó?
—No te preocupes mamita –seguía llorando- hice un fueguito muy pero muy chiquitito, y me quemé.
Ese día, 25 de mayo de 1960, aniversario de la independencia argentina, Pancho Dotto lo pasó en el hospital de Rawson diciendo una sola palabra: mamita.
—Él siempre quiso mucho a mamá –dice Mónica Dotto-. Siempre quiso agradar a todo el mundo, pero primero a mamá.
Y nada de eso ha cambiado.
Cuarenta años después, tras una vida entera junto a su marido, Teresa se enfermó y sobrevivió –no siempre se sobrevive- y tomó una decisión: elegir cómo vivir el resto de su vida. Teresa eligió vivir lejos de su esposo.
—Te vamos a apoyar –dijeron sus hijos. Y le ofrecieron casa. Primero Teresa vivió con Mónica. Hasta que Dotto, que vivía en un departamento de 55 metros cuadrados, se compró una casa de 550 metros y le hizo una oferta:
—Mamá, hay lugar –le dijo-, venite a vivir conmigo.
Y así fue como Dotto –quien a lo largo de su vida fue pareja de algunas de las mujeres más hermosas de Argentina- pasó ocho años viviendo con su mamá en una gigantesca casa en Punta Chica, San Fernando, zona norte del conurbano bonaerense.
—Como bien decís, yo vivía con mi mamá –dice ahora Dotto-, porque cuando uno vive con la madre, vive con la madre aunque la casa sea de uno.
A lo largo de todo ese tiempo en San Fernando, Teresa fue perdiendo la vista. Ahora –y desde hace dos años- pasa sus días en un departamento del barrio de Belgrano junto a una enfermera y a Julia Rohden: una modelo de dieciséis años que llegó a los quince de la selva misionera, y que hoy es una de las caras de Falabella Chile.
—Si a esta nena la traía y la alojaba con las otras chicas, no sobrevivía. No tenía los anticuerpos. Así que la dejé con mi mamá. Y de paso a mi mamá le di una nieta postiza.
Total, dice Dotto, los nietos –los de sangre- nunca visitan a Teresa.


*


—Julia va a ser la próxima Valeria Mazza, la próxima Pampita.
Dotto está sentado en un gazebo de madera y quincha uruguaya, sobre un mullido sillón blanco, en un área apartada dentro de su chacra Paraíso del Mar de José Ignacio. Lleva chanclas, camisa celeste, bermudas blancos y dos teléfonos móviles que suenan todo el tiempo.
Dotto revisa sus mails, su agenda, sus próximas horas. Son las cuatro de la tarde y a las cinco debe hacer un desfile en Playa Montoya, a las ocho debe ir con sus modelos al local de Personal -una empresa telefónica que financia parte de la estadía en Punta del Este- y a las diez de la noche debe estar en un cóctel de Para Ti, una revista femenina argentina que le debe a Dotto –y a sus chicas- buena parte de sus portadas. En el aire suena el tema Walking on sunshine y Dotto hace una seña, pide que bajen el volumen, o mejor: pide que apaguen todo.
—Por dios –se toma la cabeza-, necesito silencio.
Cuando no se ve obligado a sonreír sesenta veces por minuto, Dotto es un hombre muy guapo. Su rostro es una confección de arrugas fuertes que le dan a su cara un carácter: una belleza justa.
Él, alguna vez, también fue modelo. Hasta que hubo un problema gremial -una empresa dejó impago el trabajo de mucha gente- él defendió a sus compañeros y ahí tomó conciencia de su habilidad para gestionar los intereses de otros. Así empezó, hace veintisiete años, su agencia: una empresa que pronto devino una usina de estrellas publicitarias, y con la que veinte años atrás llegó por primera vez a José Ignacio.
Al principio Dotto alquilaba una casa, hasta que tiempo atrás logró comprar esta chacra: 13.500 metros cuadrados que empiezan en un bosque y terminan frente al mar, y donde se encuentran –entre otras construcciones- tres cabañas donde se hospedan las modelos de la agencia durante la temporada.
Una de esas chicas es Julia Rohden:
—Este es el primer verano en el que Julia toma sol. Hasta ahora siempre le había dado de espaldas, durante la cosecha de tabaco. Pero ahora, las vueltas de la vida, tiene contratos con Falabella y está haciendo su primera tapa de Para Ti. Julia –insiste- va a ser una grande como Valeria Mazza o Pampita.
Valeria Mazza y Pampita son quienes más trascendencia internacional tuvieron, pero ya se han ido de la agencia. Y eso a Dotto le duele. Cuando habla de las dos modelos, las palabras recurrentes son “belleza”, “enamoramiento” y “traición”.
—Es parte de la naturaleza humana -dice. No aclara a cuál de las tres palabras alude, pero da igual.
Esto es lo que cuenta Dotto de Valeria Mazza: que estuvo dos años para empezar a trabajar. Que las marcas no la querían porque tenía algún sobrepeso y porque al ser nadadora tenía una actitud masculina. Que todo cambió cuando a Dotto le ofrecieron representar a Claudia Schiffer en Argentina, le enviaron un book, y él vio los parecidos físicos entre los rostros de ambas modelos. Que llamó a varias revistas para vender “la nota de los parecidos” y se rieron de él. Que finalmente el semanario Gente le compró la idea y le hicieron la primera nota a Valeria Mazza, con el título “La Claudia Schiffer argentina”. Y que ahí, después de dos años, Valeria empezó a encontrar un rumbo.
-No era sexy y nunca lo será. No era ni es armoniosa. Pero es Valeria: tiene una cara impresionante. Y yo me enamoré de esa belleza antes que nadie. Recién cuando su marido vio que Valeria era un buen negocio, lo agarró y se lo llevó sin pagarme ni una comisión. Así son las cosas: yo la fabrico y otro se la lleva.
Esto es lo que cuenta Dotto de Pampita: que la descubrió cuando trabajaba en un local de ropa. Que al principio su novio, el Pampa, dueño del negocio, no la dejaba modelar. Pero que después, cuando la marca entró en crisis y no podían pagar modelos, la hicieron posar con ropa de la empresa. Que ahí el Pampa le advirtió:
—Si Carolina no encuentra trabajo se tiene que volver a La Pampa porque no tiene cómo seguir en Buenos Aires.
Que Dotto la citó en su escritorio. Que Pampita le dijo:
—Por veinte pesos (5 dólares) trabajo.
Que Dotto le ofreció un contrato por veinte mil dólares en un comercial en México. Que así fue como empezó todo: rápidamente.
—Cuando la vi –dice- intuí esa cosa sexy que transpira, esa armonía y esa belleza me partieron la cabeza y me di cuenta de que ella podía llevarse el mundo por delante, era un volcán en erupción. Le metí muchas fichas a Pampita a pesar de que algunos la veían bajita y decían quién es, esta chica no llega a ningún lado. Pero yo sabía. Para mí no era difícil verlo y te digo:
Silencio.
—Si yo no hubiese descubierto a Pampita, no la habría descubierto nadie. Ese va a ser el título de esta nota.


*


Pancho casi siempre tuvo buen ojo: casi siempre supo qué cosas podían funcionar y qué cosas no. A los 14 años vivía en Ramallo -provincia de Buenos Aires, uno de los últimos destinos de su padre- y vio que sobre el río Paraná había yucas silvestres: unas plantas rústicas que crecían sin ayuda de nadie y que se usaban para separar los campos. En un viaje a Buenos Aires, Pancho vio que los lugares más elegantes de la ciudad decoraban sus rincones con yuca.
—No sé cómo hizo –recuerda Mónica Dotto-, pero llenó varias camionetas y llevó las yucas a la ciudad y empezó a venderlas a la gente que hacía parques y saturó el mercado de yucas. Siempre tenía buenas ideas, Pancho. Él siempre tuvo la mirada del emprendedor. Yo soy abogada: veo si se puede y después hago. Pero él primero hace y después ve si se puede.
A los diecisiete años, Dotto terminó los estudios en una escuela nocturna y empezó a trabajar en una empresa de maquinas de coser industriales. Allí se vinculó con los fabricantes de indumentaria y finalmente se asoció con uno de ellos y se lanzó a vender ropa. Luego se puso un restaurante. Luego perdió todo su dinero en una financiera y finalmente, a los 29 años, inició su emprendimiento definitivo: Dotto Management. Con esta agencia galgueó todas las otras crisis. Que, en Argentina, siempre son muchas.
El cimbronazo más fuerte llegó a comienzos de la década de 1990. Dotto previó que habría problemas y se puso un departamento de casting, es decir: de búsqueda de modelos para campañas publicitarias. Adelantándose a la crisis argentina, a fines de los 80 empezó a hacer negocios con Chile. Y empezó a verse en la urgencia de mandar cassettes con filmaciones de chicas a Santiago. En Chile estaba Pinochet y estaban los departamentos de censura. La mitad de las veces, Dotto lograba -a fuerza de carisma- que alguna azafata le cruzara los cassettes. Pero la otra mitad, tuvo que sacarse un pasaje en el momento y viajar.
—De todas las veces que viajé –cuenta- la mitad tuve problemas con el departamento de censura. Me detenían la mercadería, miraban las filmaciones, era una lucha.
La escena de la censura se repitió tantas veces que los últimos encuentros, dice Dotto, eran así:
—Ay, Marrrta –Dotto, dramático, se agarraba la cabeza-, ¿qué está pasando Marrrta???
—Escúcheme, Dotto, usted ya me tiene cansada. Elija tres cassettes y yo me quedo con uno. Saque el que menos le sirva y no venga más por acá.
Así fue como Dotto empezó a viajar siempre con cuatro cassettes, de los cuales uno no servía para nada. Y así fue como Dotto fue entrando, lentamente, en el mercado chileno. Con ese mercado superaría buena parte de sus crisis futuras.
—La gente piensa que esto es una pavada pero yo manejo un estrés crónico importante. Buenos Aires es la capital del mundo que más agencias de modelos tiene per capita: hoy funcionan más de 160 agencias y en realidad no hay espacio para 160 modelos. ¿Cómo hay que hacer? Tenés que trabajar como una bestia. Porque es fácil descubrir a Dolores Barreiro, que cualquiera la descubre, pero no es tan fácil descubrir a Valeria o a Pampita y después promoverlas y en el medio cruzarte la cordillera y tratar de caerle bien a la Marta de migraciones. No es sólo tener “ojo”: es vivir para estas chicas. Yo vivo enajenado. Vivo a través de la vida de ellas. Y no sé si eso es bueno.
Hoy Dotto tiene la mayor firma del continente y es invitado a dar charlas en las universidades –ante alumnos- y en los hoteles cinco estrellas –ante empresarios. Incluso la Universidad de Harvard, puesta a analizar las agencias de modelos como negocio, tomó los ejemplos de Elite y Ford en el Primer Mundo, y de Dotto en el tercero.


*


En José Ignacio, Maldonado, República Oriental del Uruguay, está terminando el mes de enero y eso significa que Dotto está eufórico, eléctrico, sin espacio para respirar entre una palabra y otra. Sólo por dar un ejemplo, alguien acaba de estacionar un auto en el lugar equivocado y eso es suficiente para que Dotto detenga la entrevista, se levante del sillón, camine por los senderos de un pequeño jardín de árboles flacos, y llame por teléfono a Ornella, la secretaria joven y de tez traslúcida que le organiza los días.
—Los autos no pueden entrar ahí: vos los sabés, yo lo sé, todo el mundo lo sabe pero bueno, qué le vamos a hacer, no hay nadie de mi gente que… o sea: ni yo pongo mi auto ahí, no puedo entender que esto esté pasando…
Ornella escucha, en silencio, como si oyera estas diatribas todos los días de su vida.
—… fijate si me podés mandar a José, a Estanislao o al chico que está en la puerta o mejor mandame a todo el mundo porque los autos NO TIENEN QUE DAR LA VUELTA ACÁ, tienen que estacionar en el estacionamiento, sea quien sea este señor, pobre, es un amigo que me hice en Entre Ríos pero yo no puedo… o sea: a este señor lo conozco pero tiene que esperar en la puerta hasta que alguien lo vaya a recibir, ¿ok?
Ornella responde: okay. Y Dotto vuelve a sentarse.
Días atrás, por teléfono, después de años asistiendo a escenas como ésta, su madre habló de su hijo de este modo:
—Estoy muy orgullosa de Pancho –dijo-. Pero ahora lo único que quiero es que se case y tenga hijos y se olvide de todo.
Cuando se le recuerda esta frase, Dotto baja los párpados –un gesto de compasión o de ternura-, respira hondo y pide el almuerzo con un breve movimiento de manos. Minutos después, alguien llega con un plato de carne, pan y mayonesa.
—Y después traeme un heladito de banana, por favor.
Ni sushi ni ensalada: carne, pan, mayonesa y helado de banana.
-Parecés una criatura.
-Soy –contesta Dotto.
Pero no sonríe. Sólo se dispone a comer.

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